Teníamos acordado vernos hoy mismo cuando un amigo de El Mundo me transmitía la noticia: "Ha muerto José Luis Gutiérrez". Pensé en la frase de Gabo cuando le informaron del fallecimiento de Julio Cortázar: “No te creas todo lo que aparece en los periódicos”. Era, como el autor de Rayuela, altísimo y corpulento, tierno, acogedor y bienhumorado. Apasionado, brillante, batallador, indoblegable, entusiasta, divertido. Enamorado del cine. De Frank Sinatra, del que decía que, como Plácido Domingo, era el único “capaz de cantar como hablaba”. Y del jazz. Jazz Age fue el nombre que escogió, en referencia al libro de cuentos de Scott Fitzgerald, para la columna semanal de El Mundo. Esta sustituía -a su pesar-, a la celebrada Erasmo. Sus columnas fueron, cito el título de un libro reciente, letales como un solo de Charlie Parker. En ellas hacía gala de un estilo único y original, en el que iba tejiendo sus tesis con las más dispares referencias. En la última columna que nos lega, por ejemplo, titulada Elucidario de la indignación, y que trata sobre las luces y sombras de algunos de los autoproclamados portavoces de los indignados, cita entre otros a Stéphan Hessel, Marx o Bruce Springsteen. También a su admiradísimo Enrique Tierno Galván, el viejo profesor, del que recordaba su frase “No se puede ser de izquierdas y millonario al mismo tiempo”, que ya citara no hace mucho en un artículo clarificador sobre lo perdido que anda el auténtico pensamiento progresista en nuestro país. Me mencionó la idea de un libro sobre la refundación del socialismo español como otro de sus proyectos en los que quería embarcarse. Acababa de editar el libro Cambio 16, la historia de la mítica revista de la Transición de la que fue Jefe de Sección, Redactor-Jefe y Subdirector. Rebosaba de ideas, de ilusión, de espíritu crítico. José Luis desenmarañaba el nudo entre la compleja realidad y la interesada actualidad bajo el tamiz de “pequeñas piezas maestras de voces múltiples y textualidad cruzada”, tal y como define sus columnas el filósofo Eugenio Trías en el prólogo del libro de Gutiérrez Erasmo. Censores, inquisidores y maledicentes. El ejemplo del humanista holandés autor del Elogio de la locura, perseguido defensor como él de la libertad de pensamiento y de una idea de Europa Unida, fue lo que impulsó al ex director de Diario 16 a emplear su nombre como pseudónimo. Afrontaba con su natural fuerza lo que consideraba una de sus tareas pendientes: conseguir derogar la Ley de Prensa de Franco aun vigente, la que tantos quebraderos de cabeza le dio con el caso Hassan II, una información cierta que ni siquiera publicó él y por la que le condenaron, uno por uno, todos los tribunales españoles hasta que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos le dio la razón en 2010 y anuló todas las sentencias condenatorias. En el último número de Leer dedicaba su Carta del Editor, titulada Saqueadores de la libertad de Prensa, a defender enérgicamente, como no sabía hacer de otro modo, la libertad de Prensa cuyo Día Mundial se celebró recientemente. Recordaba a los informadores asesinados este año y decía que “la censura, la mordaza y la persecución e la Prensa libre no son más que variantes de los procedimientos para asesinar informadores”. Por muy exagerado que sonara aquello que decía de que él era el único periodista independiente de España, si alguien que podía presumir de independencia, ese era él. Su muerte deja al periodismo huérfano, porque si de algo necesita la profesión en estos momentos difíciles es de, por encima de todo, buenos periodistas. Al eslogan escogido por la APM y la FAPE para protestar por los males de la profesión -“Sin periodistas no hay democracia”-, él, tras calificarlo de “espurio, sindicalista”, proponía: «Sin libertad de prensa, real y efectiva, ni hay democracia ni hay periodismo». Siempre recordaré la bronca que me echó cuando a principios de este año cuando, ante el goteo continuo de cierres de medios de comunicación, le confesé mi desánimo y reaccionó con una vehemencia tremenda, recordándome las dificultades que él se encontró de joven, la muerte de su padre cuando tenía 15 años o su pasado de obrero metalúrgico en Altos Hornos en el País Vasco y en Cataluña. “¡Forza!”, animaba con su voz bronca que, como ha escrito el periodista Luis del Val, “no parecía la más adecuada para los susurros de las cancillerías y antesalas del poder”. Esto respondía en un encuentro digital de Elmundo.es cuando le preguntaron qué le recomendaría a un joven periodista para que no tirase la toalla: "que, si la tira, la vuelva a recoger. El periodismo es una profesion bellísima, que te permite vivir intensamente, por ahi anda la frase de uno de los gurus americanos, según lacual, el periodismo le permite al periodista vocacional y entusiasmado con su tarea no abandonar nunca la adolescencia, con todo lo que implica la palabreja. Pero, sin duda, es una pulsión rejuvenecedora, que , bien encauzda, libera en el individuo los impulsos más nobles y desinteresados del ser humnano, el sentido de la justicia, las ansias de aprender, la idea solidaria de defender a los más debiles y sin voz, etcétera".
Fue precisamente el responsable de esa sección de encuentros, Custodio Pastor, quien me llevó hasta él en diciembre de 2010, algo por lo que siempre le estaré agradecido. He tenido la inmensa fortuna de conocerle y de aprender de él. En el artículo de portada del último número de Leer sobre los 100 años de Campos de Castilla, Javier Huerta Calvo citaba a Antonio Machado, que sobre sí mismo algo que vale para Guti: “y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina, soy, en el buen sentido de la palabra, bueno”. Era un verso de Retrato, poema que finalizaba diciendo: “Y cuando llegue el día del último viaje,/ y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,/ me encontraréis a bordo ligero de equipaje,/ casi desnudo, como los hijos de la mar”. Así partió José Luís Gutiérrez, con la independencia sin concesiones, la defensa acérrima de la libertad, la bonhomía y un extraordinario talento periodístico como los únicos vientos que eran capaces de moverle en su incansable búsqueda de la verdad, aguantando siempre el palo de su vela de manera admirable. En el homenaje que le brindaron el año pasado destacadas personalidades y amigos del Derecho, la Política y la Cultura el Ateneo por su victoria en Estrasburgo, volvía a hacer suya esta frase de El viejo y el mar, de Ernest Hemingway: “El hombre puede ser destruido, pero no vencido”. Siempre te tendré por ejemplo de lo que es ser un periodista.
alberto sánchez medina
Gracias por llamarme amigo y buen viaje, maestro.
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